Patricio Fernández y el objetivo táctico del PC

El 19 de marzo pasado ofrecí, desde estas mismas páginas, mi opinión contraria a la decisión del gobierno de dedicar un año completo a la conmemoración del 11 de septiembre de 1973. Señalé en esa oportunidad: “Como todos los aniversarios de ese episodio aciago de nuestra historia, sin duda el más trágico de todo el pasado siglo, este aniversario significará no un encuentro sino una confrontación entre las mismas posiciones que se enfrentaron entonces, con la misma pasión y crispación y, debo decir, probablemente con el mismo odio”.

El linchamiento mediático que terminó con la renuncia de Patricio Fernández a la delegación presidencial para la coordinación de esa conmemoración demostró, sin embargo, algo distinto a lo que yo había supuesto. No se revivió el conflicto entre quienes asumían las posiciones de seguidores y opositores al gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, sino que se generó un nuevo conflicto. Uno que tiene como protagonistas a una parte de esos seguidores, específicamente el Partido Comunista y las organizaciones que éste orienta o dirige, y quienes demandan saber más, formarse su propio juicio sobre los hechos ocurridos hace medio siglo atrás, cuando probablemente la mayoría de ellos no había nacido.

En esa disputa el Partido Comunista está en contra de la reflexión y del análisis. Es más, uno de los argumentos críticos en contra de Fernández, expresados por intermedio de su órgano oficial El Siglo, fue el de ser reflexivo en exceso. Su díctum es que no hay nada que reflexionar porque la verdad sobre el gobierno de la Unidad Popular, el golpe militar y la dictadura que lo sucedió, ya está establecida. ¿Por quién? Eso no se aclara. La autoría puede adjudicarse al sentido común o a mínimos civilizatorios, pero lo más seguro es que sean verdades establecidas por el propio Partido y los organismos que lo acompañan.

A Patricio Fernández se lo acusó de “relativizar” el golpe militar y de negar los crímenes y violaciones a los derechos humanos perpetrados por la dictadura que sucedió a ese golpe militar. ¿Qué dijo para provocar esas acusaciones? En el programa “Tras las líneas” de Radio Universidad de Chile, tras ser preguntado por Manuel Antonio Garretón acerca de la posibilidad de encontrar “mínimos comunes” en la conmemoración, contestó: “La historia podrá seguir discutiendo por qué sucedió o cuáles fueron las razones o motivaciones para el golpe de Estado. Eso lo vemos y lo vamos a seguir viendo. Lo que uno podría empujar, con todo el ímpetu y con toda la voluntad, es decir: Okey, tú, los historiadores y los politólogos podrán discutir por qué y cómo se llegó a eso, pero lo que podríamos intentar acordar es que sucesos posteriores a ese golpe son inaceptables en cualquier pacto civilizatorio”.

Es decir, repudio pleno a crímenes y violaciones de derechos humanos y la aceptación de la realidad: que ese episodio de nuestra historia seguirá siendo motivo de estudios, análisis e interpretaciones en el mundo entero. Sin embargo, unas palabras tan llenas de humanidad y realismo fueron el detonante para un ataque tan brutal como coordinado. El alcalde Jadue afirmó que “una persona que relativiza el golpe militar no puede coordinar la conmemoración de los 50 años” y la diputada Carmen Hertz calificó de “inconcebible y vergonzosa la brutalidad histórica de pretender que el golpe de Estado en Chile es un acontecimiento sujeto a ‘perspectivas históricas’”. Y, sacando el PC las castañas del fuego con mano ajena, por intermedio de una carta firmada por 162 organizaciones, acusó a Fernández de haber, “de manera muy liviana… eludido condenar el golpe de estado sedicioso” y pidió al Presidente Boric que revocara el cargo de coordinador.

No existe relación alguna entre las palabras de Fernández y las acusaciones, pero lo cierto es que esas palabras importaban poco. Eran apenas el pretexto para, más que exigir su salida, imponer la idea de que existe una verdad ya establecida y que por lo tanto no hay cabida para la reflexión o el análisis. Desde luego, si de “negación” se trata, no hay negación más flagrante que la que perpetra el Partido Comunista al negar la posibilidad de saber, de conocer, discutir y criticar nuestra propia realidad.

¿Por qué esta verdadera obsesión del PC por establecer una verdad oficial intocable? ¿Por impedir cualquier atisbo de debate o crítica? Es pura inteligencia táctica, una inteligencia acumulada a lo largo de la más que centenaria vida del partido. Una inteligencia que lleva a buscar pequeñas -o no tan pequeñas- victorias, que signifiquen ventajas en el largo camino hasta conquistar el objetivo final que fija la doctrina: la victoria total, la dictadura del proletariado. A ese objetivo ayuda una verdad oficial, que se convierte en punto de partida, en línea de base para cualquier debate político futuro. No es de extrañar por ello que en medio de la andanada de diatribas en contra de Fernández, el diputado Boris Becerra haya hecho referencia a la supuesta negación de Fernández de logros del gobierno de la UP tales como la reforma agraria o la nacionalización del cobre y que lo mismo haya hecho el secretario general del partido, Lautaro Carmona, que agregó una crítica a quienes negaban esos logros olvidando que el Estado chileno se beneficiaba de los ingresos derivados de la nacionalización del cobre.

Poco importa que hoy el litio, en manos privadas, aporte más ingresos que Codelco a las arcas fiscales o que queden pocos o quizás ninguno de los propietarios agrícolas a los que dieron lugar las reformas agrarias de Frei Montalva y de Allende. La verdad oficial, si queda establecida, será que nacionalizaciones y reformas agrarias son el camino del progreso… y no hay más discusión. Es la misma disposición que llevó a Lautaro Carmona a proclamar en la celebración del 111 aniversario de su partido, que el proyecto histórico de la Unidad Popular era “…un proyecto inconcluso, pero no derrotado”.

El episodio se cerró, así, con una victoria táctica para el Partido Comunista y una nueva derrota para el Presidente Boric que había designado a Fernández justamente como un gesto de amplitud y espíritu desmitificador, modificando así el impulso inicial que, en su discurso inaugural desde los balcones de La Moneda, lo llevó a decir, parafraseando a Allende, que volvían a abrirse “las grandes alamedas”.

Una derrota que esta vez puede ser estratégica para un Presidente cuyo ministro de Hacienda se encuentra empeñado en mostrar al país, al empresariado y a la oposición, la blancura democrática de su gobierno, pero que encuentra en la ambigüedad de su Presidente su peor obstáculo para demostrarlo.

Fuente: Ellibero.com
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