A menudo se escucha hablar de cierto paralelismo entre las historias políticas de España y Chile. La imagen, sin ser incorrecta, requiere una precisión: en realidad es más bien como la imagen reflejada en un espejo, pero diferida en el tiempo. A veces la imagen original se ha manifestado primero en España, alguna vez en Chile… y a veces coinciden.
Durante el gobierno de la Unidad Popular, buena parte de los militantes de la izquierda miraban la historia de España como un anticipo de lo que querían fuese su propia historia: sabían, o creían saber, que el proceso que habían iniciado llevaba inexorablemente a un desenlace violento e imaginaban que ese desenlace iba a reproducir las condiciones de la guerra civil española, con unas Fuerzas Armadas divididas y dos bandos enfrentándose hasta resolver la cuestión del poder.
Las cosas no ocurrieron así, pero se dio el caso que los exiliados chilenos que terminaron asentándose en España eran portadores de una experiencia de “hacer política” en democracia que sus homólogos españoles no tenían. Esta vez eran ellos los adelantados en la historia y muchos trasmitieron esas experiencias a sus compañeros ibéricos cuando el franquismo llegó a su fin y la democracia se restauró en ese país. Y cuando la tortilla se dio vuelta y le correspondió a Chile volver a la democracia, fueron los españoles los que trasmitieron a los chilenos su experiencia de transición a la democracia, colaborando con los gobiernos democráticos que iniciaban su andadura en el país.
Las primeras décadas de democracia restaurada en Chile tendieron luego a reproducir -en buena medida por influjo del sistema binominal- el sistema de partidos español, con una Concertación de Partidos por la Democracia que era equivalente al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y con la UDI y Renovación Nacional que equivalían al Partido Popular (PP). Cuando con los años ese sistema se agotó en ambos países, surgieron, esta vez de manera paralela en ambos, organizaciones políticas en las que Juntas Podemos de España encontró un equivalente en el Frente Amplio Chileno, Ciudadanos en Evópoli y Vox en Republicanos.
Ha sido casi un siglo de experiencias que se repiten y se encuentran. Por ello los partidos políticos chilenos deberían observar con atención el resultado de las elecciones generales españolas del pasado domingo, en prevención de que el fenómeno se vuelva a manifestar. Veamos.
Todo el mundo da por derrotado al PP en las elecciones del pasado domingo. Lo cierto es que los números no respaldan esa afirmación, porque el PP no sólo obtuvo la primera mayoría, sino que aumentó en cuarenta y siete el número de escaños obtenidos en 2019 y aumentó su votación nacional de 20.99 a 33.05 por ciento del total. ¿Por qué entonces esa percepción? Porque, a pesar de esos números, no alcanzó ni de cerca los que pronosticaban las encuestas. Es más, todas las encuestas anunciaban no sólo su victoria, sino la formación de gobierno con el apoyo de Vox como una situación casi automática. No ocurrió así y lo que los partidos deberían estar considerando en previsión de su propio futuro, son los elementos que explican ese resultado.
Primer elemento (que debería considerar con mucha atención Republicanos): las encuestas no son garantía de un resultado real. Republicanos obtuvo una sorprendente mayoría en una elección de consejeros constituyentes y, a partir de ahí, las encuestas de opinión pública han tendido a situarlo en primeros lugares de aceptación. ¿Es esa una garantía de repetición de ese resultado en elecciones de cargos de representación popular? Nadie puede saberlo, pero ahí está la experiencia del PP, que desmintió a las encuestas y de Vox, que disminuyó su votación y el número de escaños logrados. Moraleja para Republicanos: no canten victoria antes de tiempo, la sociedad y la política suelen ser más complejas de lo que las encuestas sugieren.
Segundo elemento (para la consideración de Chile Vamos): una de las razones que se aducen para explicar la incapacidad del PP de lograr lo que las encuestas pronosticaban, fue la orientación que le dio su líder Alberto Núñez Feijóo. Éste reemplazó el año pasado a Pablo Casado, considerado responsable de la debilidad electoral de su partido debido a su falta de dureza al enfrentar al PSOE y sus aliados. Y Núñez Feijóo sí que fue duro, aunque quizás demasiado duro. Él y los principales dirigentes y portavoces de su partido apenas han podido disimular lo que a todas luces es odio por sus adversarios socialistas, a los que enfrentaron sin la elegancia que solía caracterizar el diálogo político español. El acoso substituyó a los buenos modales y la cooperación política desapareció del escenario con Núñez Feijóo. El efecto se mostró el domingo pasado. Moraleja: lo cortés no quita lo político y la democracia, en cualquier circunstancia, si es que quiere preservarse debe considerar una cultura cívica de la que el diálogo y la negociación son componentes esenciales.
Tercer elemento (para la consideración del Frente Amplio): Unidas Podemos, que hace muy pocos años irrumpió en la política española como un tsunami que mezclaba frescura juvenil con una vocación de cambiarlo todo que hacía suyas todas las políticas identitarias conocidas… desapareció de la política española con la misma fuerza y vigor con que entró a ella. El domingo pasado Unidas Podemos ni siquiera figuró en las boletas electorales y no es válido afirmar que sólo se transformó en Sumar, la agrupación dirigida por la, hasta hace muy poco, dirigente comunista Yolanda Díaz. Sumar es algo diferente, como queda bien expresado por esa dirección política. Moraleja: la frescura juvenil y la voluntad de cambio no bastan para generar liderazgos estables en la sociedad. Basados en la exclusiva voluntad y juventud, esos liderazgos suelen ser tan efímeros como la juventud misma.
Cuarto elemento (para la consideración de todos los partidos chilenos): Pedro Sánchez corrió un gran riesgo al provocar elecciones adelantadas. Y le fue bien: todo indica que podrá formar gobierno negociando con las mismas agrupaciones políticas que ahora lo respaldan. Visto con más cuidado, sin embargo, este éxito tiene ripios. Es cierto que podrá prolongar su mandato con este nuevo comenzar, pero la debilidad política que lo llevó a correr el riesgo de la elección será la misma que lo acompañará en este nuevo período. Una debilidad que lo llevará a depender de la lealtad, nunca garantizada, de partidos de extremo nacionalismo -en realidad separatistas- que cobrarán sin duda muy caro por ese feble apoyo. Esa situación ya puso a Sánchez en la frontera de la lealtad que, como mandatario, debe a la integridad de España, algo que, en las condiciones del nuevo pacto que se verá obligado a suscribir podría llegar a ser poco soportable o insoportable del todo. Moraleja: no siempre el poder debe perseguirse a todo costo, ni es cierto que el fin justifique los medios. A veces los costos y los medios pueden tener un precio imposible de pagar.
Por Álvaro Briones, miembro del comité político de Amarillos por Chile.
Fuente: Latercera.com